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DE BESTIARIOS Y TRANSMUTACIONES

Lucy Tello

Escritora y poeta colombiana

Texto para la exposición “Bestario” en la Galería Moeller, Warnemuende, Alemania 2014

Trazada en la linea del tiempo va emergiendo la iconografia de los mundos posibles en el plano vaco y blanco de la tela y el papel con su aterradora vacuidad. Es allí y por la mediación de una rica variedad de técnicas pictóricas como va apareciendo un mundo. Dar forma a los mundos paralelos, misteriosos y extraños en exuberante y fantástica imaginación, no es algo común. Para hacerlo se precisa fuerza, valor, sinceridad, virtudes que en la línea del tiempo de nuestra civilización encarnaron el Bosco, Brueghel, el joven, los pintores del expresionismo alemán, Bacon, dadores de una magnífica herencia apropiada por la fuerza interpretativa y singular del maestro Tello en su Bestiario

En el mundo agónico de la modernidad, en la soledad del individuo que alienta y vive entre las múltiples formas del tedio, entre las tantas realidades paralelas del complejo humano actual es donde se instala este particular y moderno bestiario que aunque actual es heredero de las atávicas formas del miedo, tan humano, tan cósmico y antiguo. Desde la más remota antigüedad hasta nuestra cibernética era, la humanidad en su onírica y despierta cotidianidad crea su propio bestiario siendo el pintor, su narrador y el tiempo, su expresión. Y porque nada de lo humano le es ajeno a la realidad del arte, al quehacer de este narrador- pintor, es como llega al ojo del espectador en las místicas vibraciones del color. En la fuerza telúrica de la línea, en el rico quehacer de las modernas técnicas de la pintura está la vibrante demiurgia de este universo de súcubos, de ángeles negros prisioneros de la máquina oscura de su íntima y también oscura esencia como si una risa cósmica pareciera burlarse de los deleznables códigos humanos.
Es en la fábula y el mito donde se enriquece la fuerza expresiva del pintor, donde el imaginario de Tello hace existente los inquietantes mundos de lo atávico. Ineludible preguntarnos cómo es que están aquí, desde qué profundidades nos acechan, desde que lugares se vivencian esas extrañas mutaciones de lo humano a lo animal, de lo orgánico a lo inerte, el voluptuoso llamado del placer, el éxtasis de gozos solitarios, el cerco en el que se agitan pequeñas bestezuelas.
Tal es la riqueza expresiva de este Bestiario que la palabra no logra definir tan agudo sortilegio. Solo la visión pura es invitada, una visión desprovista de mensaje, lograda por el poderío del pintor en una ética no moralizante de celebración y festejo que abriendo la puerta invita a recorrer los extraños mundos creados por la magia y brillo del color magnificados por la oscuridad que es propia a tales recintos y donde multitud de seres tienen su lugar.

Cali, Colombia. 2014

 


WALTER TELLO: LA EXPRESIÓN DE LO TERRIBLE Y EL IMPULSO LIBERADO

CARLOS FAJARDO FAJARDO

Poeta, ensayista, PhD. en literatura. Docente de planta en la Maestría Comunicación-Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Bogotá, Colombia.
Ensayo perteneciente al libro El arte en tiempos de globalización. Nuevas preguntas, otras fronteras. Universidad de la Salle, 2006.  

“Es una poesía de acción la que se inicia entonces” Saint John Perse.

El color de la emoción.

El color conduce a la emoción, su actitud asume el riesgo, su fuerza ejecuta la gracia. Cada línea sostiene un destino, una forma de estar. Allí donde el pincel se posa, la idea de la vida intensa se eleva, nos puebla, nos arrasa. El color es el patrón del universo. La luz dona su dominio y esa pulsión organizada nos lanza a descubrirnos con un impulso que rompe el cerco, con una convulsión que permanece en tránsito. Es Walter Orlando Tello (Santiago de Cali, 1951) y su pasión liberada. Allí conviene decir con Bretón: “La belleza será convulsiva o no lo será”.

Si algo logra esta pintura, es un viaje por pesados sueños. Adentro de ella viven pesadillas, historias y realidades de un continente. Adentro la alegría y lo terrible de un país, de una procedencia originaria y antigua. En ella quedan nuestros ancestros y sus imágenes poderosas, consumidas por el polvo y el barro de la cultura. Aquí se pinta el todo y el todo fluye irónicamente a mansalva. En esa ironía, Walter Tello nos expone una concepción de verdad: lo maravillosamente trágico y cómico de lo que somos, elementos en descomposición y desligamiento; mas él los vuelve a unir formando así una concepción de belleza, la belleza de lo terrible, o bien, la racionalización de lo absurdo.

Es la energía y el sentir en la obra de Tello. En ella existe la idea de la revuelta, vuelta arriba y hacia abajo; ida y venida, partida y regreso; armonía entre los contrarios, símbolo del logro estético: placer y convulsión. El color sentido, palpado, construye la dicotomía conflictiva más antigua para el arte: la realidad y el deseo; el proyecto y el fin expresados en una unidad revoltosa.

He aquí la formulación de una estética donde se manifiesta la tendencia a plasmar una realidad que no se domina pero que se piensa con intenso furor; donde se capta la hegemonía simbólica de una violencia, la absurda y terrible cotidianidad de la cual ella se abastece.

Llena de nosotros, como de nación Latinoamericana, la obra de Walter Tello es una subterránea y directa muestra de lo que vivimos. Es sobre todo una forma de pensar a Colombia y a Latinoamérica, es un caso mental de cultura. Vuelta al pasado que es presente. Presente de una ausencia, de una historia distante pero actual. Llenos de terror y de crueldad, los elementos simbólicos que utiliza Walter Tello representan el mito y la magia, la figuración totémica, zoomórfica y erótica, formado una totalidad ancestral, un foco puesto en los orígenes con un carácter genealógico que rastrea las características propias de una cultura, sus fisiologías expresadas contemporáneamente. Convulsión y desgarramiento. Los colores fundan este espacio, construyen una figuración del desorden; transmutación caótica digna no por su “belleza”, sino por su “crueldad”. El ojo que le observa también es observado, estableciendo una cruda mirada en el espacio que se habita.

En la serie El Circo de los instintos desbocados, el gran ritual de lo real se ha establecido como espectáculo. Todos en este circo, como personajes caricaturescos, entran al escenario con un erotismo convulsivo y trágico, una androgeneidad contemporánea; es la guerra de los sueños y de los cuerpos contra la realidad. Esta fuerza de los cuerpos debatiéndose, consumidos en el escenario de lo pintoresco, tiene un reflejada certeza, la de estar en permanente conflicto consigo misma.

La pintura de Tello vuela; su ala mayor está en la fuerte expresión de los sentidos, Es un caudal de expresividad, la emocionalidad espontánea de su generación. Dentro de este vuelo están sus formas, sus ambiciosas figuras; las vemos allí contorsionándose. La idea de lo disperso las unifica. Lo grotesco las hace dichosas. Sobre la tela sale un pájaro paseando entre el color y la sombra. Feroces y delicadas, las enredadas manos de una mujer golpean al universo. El Circo establece su magia, la función da comienzo a la risotada. La acción, y no la razón, aquí produce monstruos. El espíritu de la cultura es el fantasma de la violencia transfigurado.

Con un “ojo inmensamente habitado”, se congregan en esta pintura de Walter Tello viejas y actuales historias que surgen, junto a nuestras grandezas y debilidades, como un vicio, una virtud, un autorretrato.

Las calles de su barrio

Barrios, barrios soleados, miserables, poderosos; barrios de una ciudad con poca memoria; inmensos y gratos, mínimos en su dignidad, grandes en su sencillez. Barrios de clase media, de obreros, empleados. Barrios donde la rumba grita, estalla. Todos llenos de mujeres hermosas y de fútbol. Allí hemos deambulado desde niños, correteando un balón, estudiando la primaria. Walter Orlando conoce estos lugares, sabe que su infancia participa de estas historias, de ciertos barrios surgidos en medio de la violencia Colombiana. Allí, parados en la esquina de alguno de estos barrios, sentimos una ciudad lejana e ingrata con su imagen; indiferente con sus propios artífices e inventores.

San Antonio, viejo Barrio de Santiago de Cali, antiguo reducto de glorias y vergüenzas, también posee su nostalgia. La mano del pasado se ve allí guiando al transeúnte. “A finales de los años ochenta instalé mi taller en la Calle de la Amargura, dice Walter. Así la llamaron en el siglo pasado. Esa calle estaba llena de un mundo Caleño y humano. Desde allí observé transitar todo un mundo: a dementes, marihuaneros, muchachas, obreros, empleadas de servicio, en fin lo que quieras. Todos ellos se posaron sobre mis libros, en mis cuadros. Yo les abrí un espacio, y como puedes ver están todavía de visita, una visita que dura desde el principio de mi pintura”.

La calle de la amargura. Allí se pasea el mundo en pantuflas, perezoso, lento, sin bañarse. Desde la ventana de su taller, efectivamente, se observaba un mundo demasiado colombiano.

“La serie Las tentaciones en San Antonio me surgió un día que estaba yo en mi estudio. Recuerdo que era un día de mucho sol y de pronto en esta calle hubo una pelea tenaz y la sangre se vio por todos lados. Fue una pelea de pandillas: la pandilla del Callejón y otra pandilla del barrio El Nacional. Allí se formó un tropel violento donde hubo botella y cuchillo. Luego salieron los perros y pelearon los perros. Por todos lados se veían colmillos, pues los perros, igual que los humanos, peleaban también. Lo más curioso es que había una pandilla como de veinte perros que peleaban infatigablemente, los cuales, posteriormente, copularon. Y llovió y ellos copulaban mientras llovía. Esa imagen fue donde recogí el material para hacer la serie Las tentaciones en San Antonio.“

Mientras lo escucho, pienso que al arte colombiano actual le hace falta enriquecerse mucho todavía de estas cosas inevitables y ciertas, pequeñas y cotidianas, muchas veces ignoradas por todos. Sucesos que una historia ha vuelto tan natural hasta convertirlos en olvido. Le digo a Walter que su pintura está unida a la barriada; que posee una relación con barrios fundados en la época de la violencia de los años cincuenta y sesenta. Por lo tanto, no es nada raro que nos hayamos entendido como generación, que nuestros gustos de infancia y adolescencia sean, en su mayoría, paralelos. Entonces, con cerveza en mano, nos echamos a cantar un bolerazo junto al Salvatore Ádamo, cómplice de nuestros primeros amores.

La metafísica de la materia

“Yo solo construyo la metafísica de la materia, comenta. Hay mucha alegría y desgarramiento en eso. Allí están mis cuadros; yo los veo venir, irse. Temo que nunca pueda reflexionar más de lo necesario en ellos, si lo hago es probable que pierdan su misterio”.

También comentamos sobre sus “amores”. Así les he denominado a sus pintores y poetas preferidos, a sus percepciones sobre el arte. En medio de sus dibujos y pinturas, tuve la extraña sensación de que un mundo estaba por construirse; que una violenta forma se alzaba entre esos colores para dar paso a la síntesis de una generación, sola o comprometida, dormida o atenta al desarrollo de su cultura.

Has hablado de la “metafísica de la materia” le digo. A mí me parece que tu
pintura es una forma de “divinizar” las cosas terrestres, de darles un “aura” vital y subterránea con la profunda convicción de que las cosas forman una totalidad mágica y misteriosa. Todas las cosas están en tus cuadros en una
descomposición errante, disueltas en la atmósfera de los sacrificios, quietas y móviles. Una contemplación a tu obra es una invitación al viaje, nunca al quietismo.

“Puede ser, pues el pintor desequilibra, destruye ese orden de la realidad externa y crea otro, el orden del cuadro, el orden plástico que está relacionado con la realidad o con la naturaleza en un plano más profundo, no en el plano de las apariencias, sino en el de las verdades esenciales, y es aquí donde se funda una especie e metafísica material, la materia que nos habla desde lo profundo”.

Creo que ello es una constante en la pintura vanguardista contemporánea, le comento. Toda la posibilidad de destrucción que posee nuestra cultura, se hace explícita en tu obra. Si la historia es parte de esta destrucción, tú la haces responsable y cómplice a la vez. Armonía del caos entre el presente terrible y el futuro incierto. Ese supuesto desequilibrio es, como lo dices, “el acto creador, un acto de amor por la forma viva, por el movimiento, por el conflicto”. Tu pintura sostiene una grata sospecha: la de haber poblado espacios que tú mismo desconoces, haberse llenado de misterio y de crueldad, de risa y de ironía como una mueca ante una hermosa dama. Es la alegría de las franquezas, la mano que hurga dentro del pudridero, la asimilación de lo caótico.

“He dicho varias veces que uno de los elementos del pintor es el desequilibrio, el desorden artístico. Cuando entendemos esto en toda su dimensión y lo practicamos, tenemos acceso a la creación en obras de insospechada belleza. Pintar es una manera de destruir para revelar lo invisible o lo esencial de lo que somos. Claro que la práctica de este tipo de estética es más bien difícil, puesto que sería una anti-estética o una no estética. Además toda nuestra formación cultural, nuestra educación, nos ha preparado para el “orden”, para el cumplimiento de las normas, para la falta de inventiva, imaginación o iniciativa y no para el desorden vital, creador, no solo destructor, pues el desorden contiene de hecho ya

el elemento destructor y constructor indispensable para la vida”.

Así que has estado creando una forma de ver la realidad en su caos que es su equilibrio, pintándola en su miseria y grandeza para jodernos y punzarnos allí donde más nos duele.

“Tal vez, si así lo crees… La mayoría de las personas se sienten desprotegidas e inútiles en ese desorden y no se dan cuenta de las inagotables posibilidades de creación que existen en él. Este tipo de estética o de anti-estética, como quieras llamarla, cuenta con el desorden para crear un orden nuevo, el orden plástico en el cual se expresan nuevas formas y significados”.

El circo latinoamericano

“América latina es un mundo que se está haciendo, comenta Walter. Es un mundo en formación que busca su rostro, su identidad. Nuestro medio presenta una variedad de imágenes, de formas. El caos, el desarraigo, la diversidad cultural, la permanente innovación y el cambio, son algunas de sus características. Esto podría hacernos pensar en algo así como una Cosmogonía del caos, una poética de la destrucción para la creación”.

Es cierto que en torno a estos planteamientos gira tu pintura. Si algo de permanente tiene ella, es que has observado nuestra realidad como un proceso sincrético con una unidad en la diversidad. Ahora vale la pena establecer aquí relaciones, o bien contactos con ciertos artistas que hayan alimentado tu pasión por expresar lo nuestro, la imagen de una cultura que se debate en franca construcción, destruyéndose. Pienso un poco en los pintores anteriores a ti por varias décadas. Buceadores en el soterrado laberinto de una realidad híbrida, llena de matices, de etnias ricas y misteriosas que bien no desconoces…

“Tengo la convicción de que no solo son los pintores latinoamericanos del siglo XX los que nos han llenado de imágenes muy nuestras. Creo que éstas también están en esa gran herencia plástica de las culturas precolombinas que vivieron sujetas a un pensamiento mágico altamente poético y mítico. El sincretismo posterior que tú mencionas, lo europeo, lo africano, lo indígena, marcó profundamente el arte en América Latina hasta nuestros días. Tú hablas de “buceadores” contemporáneos. Ellos, es cierto, han ayudado a buscar las raíces, han indagado en estos mundos reales y alucinados, lúdicos y desgarrados, tratando de crear lenguajes que no sean sólo prestados. Este sentimiento, ésta necesidad de expresión, la encontramos en Portinari, Tamayo, Filgari, Lam, Débora Arango, Matta, Obregón, y más cerca de mi generación, en Pedro Alcántara, como también en una gran cantidad de artistas latinoamericanos que cultivan toda suerte de estilos y tendencias de la plástica”.

Le comento a Walter que, si los pintores de los años anteriores sentaron las bases para prefigurar un universo pictórico que ahora nos alimenta, si ellos fueron los pioneros de estas posiciones, la pintura actual ¿no será que, más allá de dar propuestas nuevas, se manifiesta como reducto de estas exploraciones? Le digo que en la década de los sesenta existían muchos pintores que trabajaban en Colombia y Latinoamérica influenciados por la pintura norteamericana, la cual surgía como una ruptura en el ambiente artístico. Movimientos como el Pop art, el arte Cinético, el Op-Art, las artes de la acción, del signo y del gesto etc., no fueron extraños a ellos. Pero también existían pintores que, paralelo a estos movimientos, comprendieron a tiempo cuánto era necesario aprovechar dichas influencias – sus técnicas y métodos- para hacer una pintura de pertenencia, de concordancia con nuestras visiones. Era su manera de estar solos pero en compañía. Ahora, ¿estará el artista colombiano atento a esta tradición y a su cultura?

“Nosotros somos muy afortunados de haber nacido en esta época, pues tenemos acceso a toda la modernidad global. Por lo tanto, existe un buen ambiente para la

formación de una gran pintura en Colombia. Conozco jóvenes que están trabajando para dar propuestas interesantes, aunque dudo mucho de los eventos y salones y de ciertos artistas que se están promocionando masivamente, de lo cual particularmente desconfió, pues, no me llena todo ese mundo de la popularidad artística. Hay cosas interesantes en algunos de ellos. El arte colombiano, en algunos casos, repito, está planteando nuevas búsquedas y rupturas, una imagen poética y consecutiva dirigida a mayores logros”

De los orígenes y de las series en serio

“Cada obra que yo hago no es un puente entre una y otra cosa, más bien la considero como un fin”.

“En el transcurso de varios años de trabajo he pretendido un rompimiento con lo que llamamos lo académico. Desafortunadamente yo estudié en una escuela de artes bastante mediocre, donde los profesores eran demasiado académicos y no nos daban elementos sobre la pintura contemporánea ni mucho menos sobre la pintura latinoamericana. Entonces me tocó aprender solo. Hacia el año 1982 vivía en un sótano en el barrio San Cayetano de Cali. En él pintaba con la luz encendida rodeado de murciélagos. Era esta una pintura de experimentación con la forma y la composición. Comenzaba a introducir elementos muy personales, a buscar una cierta simbología, rompiendo siempre con la figuración convencional clásica y renacentista. Estaba en un periodo de fuerte investigación sobre el arte contemporáneo (surrealismo, cubismo, etc.) y preocupándome por el arte latinoamericano, sobre todo Wilfredo Lam, Tamayo, la pintura un poco cósmica de Matta y la figuración simbólica de lo precolombino. Gran parte de mi trabajo está atravesado por esta investigación.”

En esta obra noto una profunda relación con lo terrígeno, una compenetración con lo nuestro que pretende construir una, llamémosla, “química histórica”, que nos envuelve en una atmósfera a la vez telúrica y geohumana. En casi todas tus series, por ejemplo, los colores manifiestan este aspecto terrígeno como también representan los cuatro elementos primordiales: el aire, al agua, la tierra y el fuego. En El circo de los instintos desbocados- 1987-1999-, Retratos bárbaros-1995- 1999-, Migraciones-1999-, Caída libre-2001, Travesías-2001-2003), los animales hacen parte de una figuración latinoamericana simbólica. La salamandra, el ave, el lagarto etc., todos ellos, animales de nuestra mitología que en esta pintura se contemporaniza.

“Cierto. Con los conceptos que he mencionado, empecé en los ochenta una serie llamada Zoomorfismos en la cual

“Después de todo este aprendizaje, hice una serie que titulé Los mandingas, figuras de guerreros. Es una serie que he denominado la etapa negra; negra en el sentido étnico africano, buscando siempre nuestras raíces. En ella, trabajé cerca de un año, y se nota la influencia del expresionismo abstracto norteamericano, sobretodo, en la asimilación de sus técnicas y no en su concepción estética. Hay en esta serie africana algo de movimiento ondulante, algo de música, de danza.”

En varias de las series que has trabajado desde 1987 hasta el 2004, creo encontrar una propuesta de ver la realidad como espectáculo. La figuración expresionista es su base. En estas series insistes en lograr un “mestizaje pictórico” fundiendo lo precolombino, lo africano y el arte occidental, las tradiciones populares con sus carnavales, danzas y rituales, las narraciones orales de la cultura colombiana, la multiculturalidad, producto de un mundo de migraciones donde se funde lo global con lo local. Muestras la figura humana habitada de máscaras y todos sus instintos, el de la vida y la muerte; seres fantásticos, fantasmas y demonios, seres mixtos, provocando un erotismo contemporáneo con su desgarramiento, su placer y angustia, en torno a la soledad y la compañía; una figuración donde nada es plácido.

“Quise tomar al espectador y llevarlo a un paraíso en conflicto. Todo esto a pesar de la cantidad de gente que argumenta no gustarle el arte que muestra tanta agresión, pues ésta se encuentra en el ambiente. Creo, hasta cierto punto, que tienen razón, pero yo pienso que el artista de alguna manera debe dar testimonio de su época, de su cultura y, en éste sentido, yo puedo dar mayor testimonio de todo lo que se vive con este tipo de trabajo más que haciendo cualquier arte comercial y decorativo”.

Walter Tello profundiza en los temas de las tradiciones culturales y en la pérdida de éstas. De allí su propósito permanente: hacernos conscientes de la lucha entre la memoria y el olvido, entre la cosmología manifiesta en los rituales mágicos y actos chamanísticos primigenios y la totalizante tecno-cultura global. Así, la magia, los actos mágicos, se establecen como asunto central en la mayoría de sus trabajos. El crítico Oliver Belling, al comentar el proceso de la pintura de Tello, muy bien lo ha sintetizado:

Es el tema de la magia y la espiritualidad panteista, común a ambos períodos del trabajo del artista. Antes la magia era “representada“ con cierta distancia. Es decir el objeto era percibido por fuera por el sujeto. En este caso la mente del artista. Su representación era anecdótica, literaria. Ahora la magia no es un tema de representación sino un participante vital en el acto creador, está contenida en él y es inherente a su naturaleza. La participación del azar y la casualidad aunada « al dejar fluir el inconsciente » en el acto de pintar son los elementos propiciadores de esa magia. Pintar es una liturgia en donde el artista es sacerdote y los materiales los objetos litúrgicos.

(Palabras en la inauguración de exposición «Migraciones » en la Galería del Bático Alemán, 2004)

Entre lo representado y lo presentable; entre lo narrado y lo vivido; entre la placidez y el desgarramiento, Walter expone sus intuiciones de una realidad fragmentada, híbrida, migratoria, local y globalizada en sus más íntimos territorios.

El artista alza su obra ante los hombres; abre un boquete en el muro de las inconformidades, se le escucha trabajar silencioso tras las puertas, la vida se le ha

transformado en mil descubrimientos, o bien, en un extraño placer entre las broncas concebidas. Allí está con su pincel, con un lápiz, una paleta, con una llama entre sus manos. ¿Tendrá fuerzas suficientes para arrebatarnos de estos sitios, nuestros sitios? El artista mira el lienzo como un cuerpo, un posible o un imposible; en él vierte la gran ciudad de los hombres, imágenes que provocan nuestro asombro.

 

LA PINTURA COMO ACTO MAGICO

Texto para una exposición individual en la Galeria Moeller, Warnemuende – Alemania 2002

Con esta exposición concluye el artista Walter Tello un ciclo creativo iniciado aqui en Mecklenburg-Vorpommen en el aňo 1997 cuando, después de su exposición individual en la Galeria Möller „retratos bárbaros“, fué invitado al evento „Seisichten von Welten“ en la ciudad de Rostock en ese mismo aňo y que estuvo dedicado al arte latinoamericano.

Para aclarar un poco el sentido de los trabajos presentados actualmente me remontaré a una breve descripción de los trabajos de ese entonces para compararlos con esta producción mas reciente.

En los retratos bárbaros el tema genérico era la „magia“. Magia en un sentido mas antropológico en cuanto que el interés del artista se centraba en la representación plástica de rituales y actos chamánicos inherentes a las llamadas sociedades tradicionales que con el mundo tecnológico coexisten dramáticamente en Latinoamérica. Muchas de las imágenes eran creaciones del artista inspiradas directamente en realidades vividas o en lecturas literarias y antropológicas y que atraen fuertemente el interés actualmente de un gran sector de artistas e intelectuales en Colombia y América latina, quizás movidos por el deseo de afirmar la identidad cultural ante el proceso uniformador y devorador de la llamada globalización. La magia, tema central de esa serie iniciada cuando el artista vivía aun en Colombia, era tratada aquí un poco desde afuera de si misma. Las pinturas „narraban“ actos mágicos: chamanes en danzas de trance y rituales curativos en un lenguaje expresionista donde la fuerza del color y el drama de las formas jugaban un gran papel. Mitologías y cosmogonias indígenas y afroamericanas eran la materia de inspiración para estos trabajos.

En la nueva serie de trabajos (aun por titular) no se puede apreciar en apariencia un tema. Las nuevas obras representan una ruptura en cuanto a forma pero no a contenido con los retratos barbaros. Estas pinturas han perdido caracter representacional porque no retratan ni representan historias o ideas. La anécdota ha desaparecido para dar lugar a un conjunto de símbolos plásticos que van apareciendo en el proceso creativo mientras el tiene lugar. El material de la pintura se ha convertido en el protagonista principal de la obra y su uso es mas importante que lo que pueda estar representado con él. Esta pintura ha sido catalogada como abstracta pero quien mira en ellas descubre siempre figuras y en ese sentido el artista continúa siendo un figurativo dentro de la inclinación mas marcada del arte latinoamericano.

Este compromiso con el material hace que el artista involucre a su obra diferentes objetos que el encuentra al azar en su vecindad y que coloca en relación con otros objetos y con pigmentos también productos del encuentro azaroso, por ej. Las cenizas de la leňa y el carbon de la calefacción de carbón en invierno o la tierra y arena del parque infantil donde juegan sus hijos. Estas cosas sumadas en un juego también azaroso con los objetos encontrados como muñequitos, juguetes abandonados, pedacitos de demolición con laton, madera y clavos. Etc. hacen que la impresión general que produce una obra de este tipo sea la de un fetiche, un objeto mágico en el que el inconciente y el azar han jugado un papel mas importante que la reflexión y el raciocinio.

La pintura se convierte en un objeto que no representa otros objetos. Es un objeto en si, con su propia realidad. Es un amuleto, como me dijo una vez alguien sobre la pintura del artista. O como pensaba Octavio Paz sobre la obra de Tapies y la pintura informalista: el material produce el símbolo, la forma produce el contenido y no al revez como nos tiene acostumbrados el pensamiento racionalista.

Sin embargo, como he dicho, hay algo en estos trabajos que los enlaza con los anteriores „retratos bárbaros“. Es el tema de la magia y la espiritualidad panteista, común a ambos períodos del trabajo del artista. Antes la magia era „representada“ con cierta distancia. Es decir el objeto era percibido por fuera por el sujeto. En este caso la mente del artista. Su representación era anecdótica, literaria. Ahora la magia no es un tema de representación sino un participante vital en el acto creador, está contenida en él y es inherente a su naturaleza. La participación del azar y la casualidad aunada al „dejar fluir el inconciente“ en el acto de pintar son los elementos propiciadores de esa magia. Pintar es una liturgia en donde el artista es sacerdote y los materiales los objetos liturgicos.

He mencionado tambien que estas obras no son abstractas. Son de un figurativismo en el que la figura pierde su entidad individual y se transforma en un símbolo arquetípico como en el caso del llamado arte primitivo o como en el arte de Rufino Tamayo, Matta, Wilfredo Lam, Manuel Mendive y muchos otros artistas latino- americanos catalogados uniformemente como surrealistas. Aquí podemos identificar figuras híbridas, tal vez mitológicas que un conocedor de las mitología afroamericanas podría reconocer como el caso del homenaje a Elegua o la Yemayá atravesando el océano inmenso y amenazante lleno de clavos y madera quemada en una bar-quilla. A diferencia de los retratos bárbaros los orishas y deidades están aqui corriendo, huyendo o cayendo derrumbados en un mundo apocalíptico y caótico que cada vez se torna menos mágico.

Así y todo el tema de estas obras sigue siendo la magia. He resaltado el papel importantísimo del azar en esta obra y de como el es propiciador de la magia en el momento mismo en que la mente esta abierta a él y lo adopta como forma de existencia. Sin embargo el azar tiene unas leyes que tal vez no podemos reconocer ni descifrar en principio. Son leyes propias imposibles de sistematizar con la razón pues existen en el plano de la intuición y se concretan en vivencias únicas, individuales e irrepetibles como son las obras de arte.

Espero en este corto razonamiento haber contribuido a aclararles un poco un fenómeno complejo y difícil de explicar con las palabras. Pero aqui tenemos ante nosotros en esta sala la obra del pintor que invitan a ser miradas y hablan por si mismas no en el lenguaje sencillo de lo que puede ser medido, pesado y clasificado sino en ese metalenguaje, en ese lenguaje propio de la forma, el color, las texturas. El lenguaje de la pintura, de la materia pictórica que se expresa a si misma en terminos y símbolos esteticos. Muchas gracias.

Oliver Belling.
Crítico e historiador de arte.

Berlin, 2002


EL WHISKY SAGRADO

Una nota autobiográfica para la revista “OJOS” de Bogotá, Colombia

Las decadas de los 60s y 70s del siglo 20 habían sacado a Cali de un perenne letargo rural y provinciano para darle otro bembé, otro sabor, mas urbano, mas moderno. El diablo o Buziraco que había llegado a la ciudad desde el puerto de Buenaventura, embarcado a su vez desde la pecaminosa Paris nos trajo, como Prometeo, el fuego del Arte: del cine, de las artes visuales, de la poesia nadaista, del rock sicodélico, de los sonidos bestiales del New York caribeño, de Ricardo Ray y la Fania All Stars. Gracias a que este bendito demonio no pudo salir nunca de la ciudad por cuenta de aquellas 3 cruces que la beateria de muchos y la curia erigieron en sus cerros tutelares para expulsarlo definitivamente e impedir su regreso. Cali vivió entonces una eclosión de arte y cultura sin precedentes. Al parecer el arte es cosa del demonio

Muchas cosas sucedieron a un artista en ciernes como lo era yo entonces. Como adolescente empecé a estudiar arte en la escuela de Bellas Artes con profesores como Lucy y Hernando Tejada, Fabio Daza, etc, seguí con estudios de Arquitectura, pintura y grabado. En medio de las refriegas callejeras de mamertos, moires y troskistas contra la tomba enfurecida por el movimiento estudiantil, los viajes de hongos en Pance, los conciertos canabidosos de rock en al Museo la Tertulia y las fiestas de agualulo, de pachanga y bugalú entré a trabajar como asistente en el Taller de la Corporación Prográfica fundado en el corazón de Cali por Pedro Alcántara, Phanor León y otros miembros del PCC. En ese primer proyecto llamado “Graficario de la Lucha Popular en Colombia”, Un portafolio de grabados pionero de su género en Colombia trabajé como asistente de taller de muchos viejos y nuevos maestros que llegaban semana tras semana a realizar sus obras en planchas de aguafuerte, xilografía, litografía y serigrafía asistidos por el equipo del taller.

Asi llegué a conocer y trabajar con quien, para mi, era y sigue siendo el pintor mas importante de esta pais: Alejandro Obregón. Llegó un mediodia de mediados de los 70s al taller con sus ojos azules, su sonrisa de mar caribe, su pinta de Blas de Leso el teso, una caballerosidad de gentleman ebrio y, muy importante, 2 cajas de whisky chivas regal y una de ron tres esquinas que traía desde Cartagena especialmente para… “animarnos” en el trabajo… Sobra decir que fue una semana inolvidable con ese maestro que trabajaba con tanta concentración en su tamiz de seda de serigrafía y libaba con devoción acompañado por nosotros el Whisky sagrado en aquellas calurosas tardes caleñas de mediados de los 70s

Sobrevivir los turbulentos 80s en Colombia fue una experiencia y un reto que marcó la búsqueda de mi lenguaje plástico y la elaboración de una iconografía que ya había tejido con los hilos de Goya, Van Gogh, Picasso, el expresionismo alemán y Francis Bacon. Un expresionismo carnal, erótico, visceral, violento. En medio de un pais convulsionado por la violencia política, el terror de estado y del narco, las tragedias causadas por la furia de los elementos, no existía la paz en el alma para crear imágenes armoniosas, tranquilas, bonitas. Asomarse a la calle o a los medios de comunicación lo impedían. Los monstruos y los fantasmas acechaban por todas partes. El miedo a ser desaparecido, a ser torturado. “Los sueños de la razón producen monstruos”. Nosotros de rumba y el pais se derrumba. Nos quedaba solo la rumba, el guateque, la copula sin freno y, claro, el Arte para exorcizarlo todo.

De allí surgieron las series que trabajé en mi taller en el barrio San Antonio: “Las tentaciones en San Antonio” “El circo de los instintos desbocados” El juego entre Eros y Thanatos, bisexualidad zoomorfa, combates eróticos entre hombres y animales. Las imágenes que asomaban a la ventana de mi taller y las pesadillas que me visitaban en las noches.

En los 90s llegó para mi el exilio. Aquella ciudad apacible y provinciana rodeada de haciendas azucareras que por cuenta de unos juegos panamericanos se convirtió en una urbe moderna, rumbera, sibarita a principios de los 70s y que produjo hitos culturales relevantes como “Ciudad Solar”, La Bienal Panamericana de Artes Gráficas, el llamado “Caliwood” una eclosión pionera del cine nacional, pasó en los 80s y 90s a ser una ciudad tomada por el narco, peligrosa, violenta y decadente. El mercado del arte se puso al servicio de los dineros de los carteles con toda su lobería y mal gusto. Se formó asi lo que podríamos llamar una estetica del narco con la cual muchos “ hicieron fortuna.

Para algunos de nosotros solo quedó el camino de la huida, el exilio voluntario primero hacia Bogotá en donde habían galerías y otras posibilidades y algunas sensibilidades receptivas hacia la expresion pictorica que hasta entonces había desarrollado.

Finalmente el destino me llevó a Europa. Llegué a Berlin a principios de los 90s poco después de la caida del muro. Era una ciudad aún dividida por barreras culturales pero abierta a un mundo de posibilidades. Una ciudad entre un socialismo moribundo y un capitalismo re-encauchado. Me encontré en un pais multicultural que practica la democracía también al nivel del arte y la cultura en donde las diversas tendencias del arte coexisten, se producen y se exhiben sin exclusión con una sola condición: la calidad. Los generos tradicionales del arte: la pintura, el grabado, la escultura juegan un papel tan importante como pueden ser los mas “contemporáneos” como el video-arte, performance o instalación. Galeristas, curadores y publico tienen en gran estima a los pintores, grabadores, escultores que son hasta ahora lo mas representativo del arte alemán: Gerhard Richter, Neo Rauch, Geoge Baselitz, Markus Lupert, Anselm Kiefer, Jonathan Messe, etc. Tradición y contemporaneidad conviven en relación dialéctica.

Cuando regreso a Colombia me encuentro con el viejo resabio de las vanguardias europeas que fue superado afortunadamente en la postmodernidad: el dogmatismo, la tiranía de querer ser “contemporáneo” a toda costa, el instalacionismo sin imaginación, aburridísimos video – arte. Los mismos performances de sangre y animales que quieren chocar “las sensibilidades burguesas” y, claro, la exclusión casi total de la pintura, la escultura, el grabado, “anticuadas maneras de expresión burguesas, lenguas muertas” según lo afirman sus capillas y sus oficiantes.

Y entonces añoro a Berlin, tan llena de galerias internacionales con pintura contempóranea, alternativa, jóven, y en donde el “saber hacer”, el oficio y las técnicas son importantes. La sola idea y la intención no bastan como nos quiso hacer creer el arte conceptual. Tanto el proceso “art in progress” como el resultado son relevantes. Alla se sabe que el arte es una elevada expresión humana no importan los medios con que se haga. No nos ha llegado aún la postmodernidad o simplemente ignoramos sus postulados…

En Colombia, como lo afirmaba el poeta, todo nos sigue llegando tarde…. hasta la muerte.

Walter Tello

Cali, Febrero 3 de 2016